Quien algo quiere algo le cuesta. Eso dice el refranero español, y por desgracia es también muy español lo de la picaresca e intentar hallar el camino más corto y vestir la mona de seda. Cuando se comenta lo que ha costado el diseño de un logotipo se cae en el desconocimiento (por ser una profesión extraña y joven) de que en la mayoría de casos no era sólo un logo, además de que se asume que ese importe va al bolsillo del diseñador y/o agencia. Sin embargo, cuando consumimos otro tipo de servicios asumimos que el importe que se paga no va íntegro al profesional. Hablar de cifras de proyectos resta valor al diseño, ya que es complicado cuantificar la partida exacta en la que el profesional y/o agencia ejecuta el encargo (lo que popular y erróneamente se entiende por diseñar), y posiblemente sean más las horas de análisis y reflexión o de reuniones con el cliente que las de lápiz u ordenador, además de la confianza que da un profesional, que va en el presupuesto.
El buen diseño, como todo conocimiento,
no es gratuito. Lleva un tiempo, años, décadas, aprender a solucionar los problemas de comunicación de nuestros clientes.
El diseño low cost, es diseño precario, al igual que sabemos que al chapuzas de turno no se le encarga construir una casa y ni siquiera un proyecto de reforma integral.
El buen diseño cuesta, claro que sí. ¿Y cuánto cuesta? Pues depende. ¿Y de qué depende? De la relación entre el conocimiento adquirido, experiencia y el tiempo que le dedique el profesional. Cuando el diseñador y/o agencia sabe el tiempo que le lleva un determinado proyecto (dentro de la singularidad de cada nuevo encargo, por eso las tarifas son un mito) es más fácil poner valor a las horas totales del desarrollo de proyecto.
Partiendo de que el buen diseño gratis no existe, no es fácil para el diseñador y/o agencia cuantificar el coste de un nuevo proyecto, porque cada nuevo encargo es único y a medida de un cliente, y no hay que confundir tamaño del cliente con su volumen de necesidades (las necesidades es lo más difícil de valorar ya que el propio cliente las suele desconocer). A menudo se asume que el diseñador es un tipo pegado a un ordenador, pero su estructura mínima empresarial va mucho más allá, es la eterna desconocida, y la que termina por justificar unos costes mínimos mensuales que el diseñador y/o agencia ha de tener en cuenta para no ver cómo sus horas se vuelven improductivas y su cuenta bancaria mengua por mucho que intente rendir.
De ahí su coste tan difícil de valorar, a menudo injustamente criticado con esa imprudente sentencia de “pero si te costará un rato hacerlo”. Y es que el diseño no es sólo el momento final del trazo que soluciona un logo o terminar de colocar los elementos de un cartel, es el proceso que incluye todo su bagaje, la posterior fase de investigación e incluso las infinitas horas de reuniones y charla.
La diseñadora norteamericana Paula Scher lo resumió en una frase:
Me costó unos segundos dibujarlo, pero me llevó 34 años aprender a dibujarlo en unos segundos.
Gracias a nuestro amigos de Culturaplaza.
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